16 de Diciembre de 2004

Aren Felchiomo

Nombre:
Aren Felchiomo
Nombre del jugador:
David Entrena
Raza:
Humana
Clase:
Guerrero
Procedencia:
Izzieni, Principado de Caurenze, Glantri
Fuerza:
16 (+2)
Inteligencia:
10
Sabiduría:
9
Destreza:
10
Constitución:
10
Carisma:
13 (+1)

Algunos miembros de la Orden simplemente le causaban escalofríos. Cuando había entrado en ella la disciplina rigurosa y el trabajo físico constante le habían ayudado a dejar atrás una de las épocas más oscuras de su vida. Pero ahora, a pesar de las palabras tranquilizadoras de su hermano y de aun sentirse atraído por las veladas promesas de poderes ocultos, tenía miedo de la ya próxima ceremonia de Condicionamiento.

Aren había nacido sin ningún talento para la magia. Ni las horas de estudio, ni las enormes cantidades de dinero gastadas por su padre en tutores, ni los continuos reproches y reprimendas habían servido de nada. Aren carecía de la memoria, la habilidad y el interés por la hechicería que habían corrido en la familia durante generaciones, lo cual era fuente de no pocas preocupaciones para su padre. Pues en Glantri sólo los magos podían tener títulos nobiliarios y dominios. Y que su único heredero no fuese capaz del más mínimo encantamiento significaba que a su muerte las tierras de los Felchiomo pasarían al primer advenedizo que el Príncipe di Malapietra decidiera favorecer.

Por suerte su madre terminó dándole un hermano: Luon. Y tan pronto como, aun muy joven, empezó a dar muestras de su habilidad mágica, toda la familia volcó su atención en él.

Para Aren los años de enfrentamiento con su padre y de continua represión se transformaron de pronto en años de ser ignorado por completo. Así que libre por fin de responsabilidades decidió hacer lo que cualquier otro joven con dinero y sin aspiraciones: darse a la buena vida. El derroche, las fiestas, las peleas y las borracheras estuvieron al orden del día durante los siguientes años. Y cada vez se amargaba más. Su familia lo trataba como un estorbo que no les traía sino problemas, el resto de la sociedad en que vivía no le había dado ninguna oportunidad de demostrar su valía. Poco a poco se hundía cada vez más en la autocompasión, el alcoholismo y la depresión.

Nunca terminó de entender que, de entre todas las personas que le conocían, no fuese sino su hermano quien lo ayudase a salir del agujero que él mismo se había cavado. Luon había entrado en la Escuela de la Alta Hechicería muy joven, y de inmediato había sobresalido entre los estudiantes. Su inteligencia y la habilidad mágica innata con la que se desenvolvía habían sido elogiadas por todos sus maestros. No tardó en hacerse un lugar entre las hermandades de la Escuela, luego entre los profesores que le respaldaban y poco a poco fue ascendiendo con determinación por los rangos de la academia hasta conseguir un puesto de Ayudante Personal del Sumo Conjurador. Luon era sin duda el orgullo de la familia. Y fue él quien sacó a Aren de su vida miserable y lo instó a alistarse en los Guardianes de Rad.

Los Guardianes eran la Orden de Caballeros más importante de Glantri, permitidos en un país de brujos tan sólo gracias al Condicionamiento. Cada miembro de la Orden estaba al servicio de uno de los nobles hechiceros del país y le servía de por vida como protector. Y es que la magia tiene sus inconvenientes y son muchos los magos que han muerto por no poder blandir una espada. Así que para asegurarse la fidelidad total e inquebrantable de estos poderosos guerreros, los Príncipes Brujos crearon un ritual que ligaba la vida del caballero con la del mago que protegía, le impedía desobedecerle y al mismo tiempo le otorgaba extraños poderes que le ayudaban a combatir la magia negra y las criaturas de las tinieblas. Los Guardianes eran pocos en número, viajaban en solitario siempre junto a sus amos y su poder era temible en el campo de batalla.

Los primeros años en los cuarteles de entrenamiento de la Orden en la Escuela de Hechicería fueron duros para Aren, pero su fortaleza y confianza en si mismo se vieron recompensadas. Empezaba a darse cuenta de que había otras formas de valerse en el mundo además de la magia y escuchaba con atención las historias de los veteranos sobre los lugares que habían visitado: Thyatis cuyo poderío militar se seguía enfrentado a los poderosos magos de Alphatia después de más de un milenio de guerra, las Tierras Libres de Helldan donde los temibles guerreros berserk defendían sus hogares de las criaturas de las profundidades, Karameikos donde si tu brazo era suficientemente fuerte para luchar contra hordas de gnolls y goblins podías llegar a ganar un reino… y Aren empezó a tener ambiciones que no lo hicieron popular entre sus compañeros y superiores.

Todo había ocurrido tan rápido… El dragón sobre sus cabezas, al que sólo había visto partir cuando, con los otros guerreros de la orden que entrenaban en el recinto, había llegado corriendo al patio nevado enarbolando un arma. Armand, su único amigo en la Escuela, tirado en el suelo sin sentido, sangrando junto a los tres Príncipes que lo observaban y hablaban entre si: la bella Erewan de los elfos del Río Rojo, el mismísimo Gran Maestro Ettiene d’Ambreville, y el Príncipe Cazador Jaggar von Drachenfells que, sosteniendo las riendas del grifo con el que había llegado unos segundos antes, miraba el cielo contrariado mientras d’Ambreville le dirigía severas palabras.

Ni si quiera le permitieron acercarse. Y en los días siguientes no le llegaron más que rumores: que Armand había sido puesto al cuidado de los elfos por el Gran Maestro, que los Príncipes habían mantenido un cónclave secreto, que el dragón había sido avistado sobre las tierras de Boldavia volando siempre hacia el norte…

Pero lo peor estaba aun por llegar. En su día de permiso había decidido visitar a su amigo en Ellerovyn, a pesar de que los elfos eran estrictos respecto a quién permitían entrar en su bosque. Y al llegar en la trasera del carro de un comerciante éste no se atrevió a parar, pues el bosque estaba silencioso y oscuro y los árboles antaño acogedores tenían un aspecto tan amenazador que le era imposible manejar su caballo de tan asustado que estaba. Aren bajó de un salto y vio como el carro se alejaba traqueteando a toda velocidad.

—Tienen miedo —el susurro y la risa le llegó de entre los árboles. Desenvainando su espada Aren empezó a andar con determinación.

—¿Quién eres? —gritó al tiempo que veía una figura delgada correteando entre los árboles, escondiéndose.

—¿También tú tienes miedo? —la voz le llegaba unas veces cerca, otras desde el interior del bosque, siempre acompañada de una risa traviesa de mujer. Aren avanzaba girando sobre si mismo asustado.

—¡Muéstrate! ¿Eres de los elfos de Ellerovyn?

Y entre los árboles a cierta distancia vio la figura de una joven desnuda de enormes ojos apoyada en un árbol, sonriéndole.

—Ellos no entienden que así funciona el mundo —señalaba al interior del bosque con una mano mientras girando sobre si misma se ocultaba tras el árbol— hay primaveras igual que hay inviernos.

Aren corrió para alcanzarla, pero ella ya había desaparecido. Y cuando mirando en todas direcciones sintió unos dedos sobre su mejilla y un susurro en su oído dio un respingo.

—Y el que viene es muy frío.

Y dándose la vuelta de un salto vio el rostro verdoso de la joven desaparecer dentro del árbol, fundiéndose con su corteza mientras su risa aun se oía en lo profundo del bosque.

Después del extraño encuentro Aren no volvió a cruzarse con un sólo ser vivo y perdió la mañana buscando su camino entre los árboles hasta que tuvo que desistir y volver a pie hasta Nyra.

Los días siguientes los rumores se multiplicaron. Algo terrible había ocurrido en el Clan Ellerovyn. Los árboles se morían en el corazón del bosque, las Videntes estaban al borde de la muerte. Los elfos de New Albar acusaban a sus primos de brujería y estos culpaban a los d’Ambreville y al chico al que habían acogido en su nombre. Muchos de los nobles elfos pedían la cabeza de Armand y se sospechaba que habían sido ellos quienes habían quemado la granja de los Boineseur en mitad de la noche.

Temeroso por la vida de su amigo, Aren recurrió al dinero de su padre y volvió a los bajos fondos de la ciudad donde hacía años que no se le veía. Y sabiendo lo que tenía que hacer soborno, amenazó y sonsacó hasta que obtuvo el nombre de la persona indicada para un trabajo peligroso. Y cabalgó en la noche con su siniestro compañero hacia el bosque maldito dispuesto a todo.